Sunday, March 21, 2010

Antiguo dilema para la izquierda: el caso Brasil

Antiguo dilema para la izquierda: el caso Brasil
IMMANUEL WALLERSTEIN


 
Foto: El rey Abdullah II de Jordania (centro) le da la bienvenida al presidente de Brasil, ayer en AmmánFoto Ap

En ocasión de celebrar el trigésimo aniversario de la creación del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, el principal periódico independiente de izquierda, Brasil de Fato, publicó entrevistas con cuatro de los principales intelectuales de izquierda. Los cuatro fueron activos alguna vez en el PT, de hecho se cuentan entre sus fundadores. Tres de ellos se retiraron del PT –el historiador Mauro Iasi se unió al Partido Comunista Brasileño, el sociólogo Francisco de Oliveira se unió al Partido Socialismo y Libertad y el historiador Rudá Ricci se hizo izquierdista independiente. El cuarto, el historiador Valter Poner, permanece en el PT y es una de las figuras principales de su facción de izquierda.

Expresaron cuatro análisis, sorprendentemente diferentes, de lo que Ricci llama el antiguo dilema de la izquierda brasileña: como ser popular y de izquierda. Pero por supuesto ése ha sido el dilema de la izquierda en todo el mundo, y sigue siéndolo hasta ahora.

Brasil es un lugar interesante para analizar este dilema y cómo se expresa. Es un país con una larga y activa tradición política, y hoy goza mucho de una situación multipartidista. Es también una nación cuya situación política ha mejorado mucho en años recientes, particularmente en los últimos 10 años. Y Brasil es un país que ha estado afirmando mucho liderazgo político en América Latina. Así que la pregunta se vuelve ¿cómo medimos la popularidad de un partido y cómo evaluamos sus credenciales de izquierda?

El periodista de Brasil de Fato abrió sus entrevistas apuntando que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva es una figura carismática, que es el mandatario más popular desde la redemocratización del país y que a lo largo de su historia el PT ha incrementado su apoyo entre los estratos más pobres de la población. Para que el partido se vuelva más popular, aseveró, tuvo que hacer concesiones al pragmatismo.
¿Cómo reaccionaron los cuatro intelectuales a esta premisa? Para Ricci, el lulismo se ha vuelto más importante que el partido, lo que invierte el concepto original del PT. El PT se americanizó dice él. Hoy es simplemente una maquinaria electoral. La izquierda encuentra difícil ser popular debido a su lastre teórico de origen europeo. La cultura popular, dice, es compleja y conservadora, y Lula dialoga con su cultura popular. El PT es estatista y desarrollista, y como tal conservador y pragmático. Así que el problema es retornar a la idea original de una utopía de izquierda democrática sin tornarse elitista.
Para Iasi, el PT se volvió uno de los dos principales partidos de Brasil, de centroizquierda con un programa pequeño burgués. El precio que pagó por el tamaño de su respaldo fue el abandono de los principios y las metas políticas que estaban presentes en su origen. El lulismo o el populismo es un modo de hacer que las masas accedan a las políticas que no fueron hechas en su interés.
Para Oliveira, el PT que comenzó con una base de trabajadores, de teología de la liberación y de movimientos de democratización, se ha vuelto simplemente parte de la jalea general del sistema partidista brasileño. Una perspectiva socialista no se basa en los pobres sino en un análisis de clase. Y en cuanto al programa del partido, la estatización, está 100 años atrasado, es parte de la dolencia infantil del estatismo. Es un programa para fortalecer las industrias brasileñas y no tiene nada que ver con la izquierda o el socialismo.
Poner ve la situación muy diferente. Él concuerda con que al principio el gobierno de Lula era social-liberal en su orientación. Pero después de 2005, se hizo hacia la izquierda. Sí, dice él, el partido es desarrollista. Pero hay dos variedades de desarrollistas –los conservadores y los demócrata-populares. Con la crisis del capitalismo, el socialismo está de vuelta al debate.
Lo sorprendente acerca de los tres análisis críticos es el miedo al populismo. Lo que sorprende de los análisis es la ausencia de cualquier discusión de geopolítica.
Justo unos días después del artículo de Brasil de Fato, Fidel Castro publicó una de sus Reflexiones periódicas en La Jornada, en la ciudad de México. Lula acababa de estar de visita con Castro. Éste dijo que conocía a Lula hace 30 años, es decir, desde la creación del PT. Dada la historia de Cuba y las dificultades de más de 50 años, Castro dijo que lo que tiene para nosotros una enorme trascendencia era la reciente reunión en Cancún donde se había decidido la creación de una Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe que incluía a Cuba y excluía a Estados Unidos y Canadá. Esta reunión fue en gran medida un logro de Lula.
Castro subrayó entonces la importancia y el simbolismo de esta última visita de Lula antes de que deje de ser presidente de Brasil. Recordó que en la década de 1980 tuvo un emotivo encuentro con él, su esposa y sus hijos en su sencilla morada y alabó de Lula “su placer de luchar… con intachable modestia”. Aquí no hay crítica alguna al lulismo.
Todo lo que los intelectuales brasileños de izquierda critican, Castro lo alaba –el desarrollo tecnológico de Brasil, el crecimiento del PIB, convertirse en una de las 10 más grandes economías del mundo. Aun en la cuestión de la producción de etanol, a la que Castro dice que se opone, no culpó a Lula. Comprendo perfectamente que Brasil no tiene otra alternativa, frente a la competencia desleal y los subsidios de Estados Unidos y Europa, que incrementar la producción de etanol.
Castro termina en esta nota: Una cosa es indiscutible: el obrero metalúrgico se ha convertido actualmente en un estadista destacado y prestigioso cuya voz se escucha con respeto en todas las reuniones internacionales.
¿Cómo pudieron los intelectuales brasileños de izquierda y Castro llegar a retratos tan diferentes de Lula? Es claro que estaban mirando dos cosas por completo diferentes. Los intelectuales brasileños de izquierda miraban primordialmente la vida interna de Brasil y expresaron su pena por el hecho de que Lula fuera, a lo sumo, un pragmático de centroizquierda. Castro miraba principalmente a Brasil en su papel geopolítico, que él ve que socava a su enemigo primordial, el imperialismo de Estados Unidos.
¿Cuál es entonces la prioridad para los intelectuales de izquierda? Ésta no es meramente una cuestión brasileña. Es una cuestión que debe preguntarse casi en todas partes, tomando en cuenta el curso de la historia y el estatus geopolítico del país en cuestión.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein

Sunday, January 10, 2010

Movimiento social y organización social: dos mundos de lucha

Una nueva etapa para los movimientos
Raúl Zibechi

La Jornada, 9 de enero, 2010

Cuando se ha cumplido una década de la batalla de Seattle, punto de partida del movimiento contra la globalización neoliberal en el primer mundo, y nos acercamos al décimo aniversario del primer Foro Social Mundial, los movimientos políticos y sociales latinoamericanos atraviesan enormes dificultades que van desde la criminalización de la protesta hasta una ofensiva mediática e ideológica de las derechas. En consecuencia, su aislamiento y las dificultades para organizar a nuevas camadas de pobres crecen sin cesar, agravadas por la expansión de las políticas sociales de los estados.

Los medios están jugando un papel de primer orden. Apenas una muestra. La revista brasileña Veja (19 de diciembre), enemiga de todo lo que huela a popular, acaba de publicar un informe en el que afirma que el Movimiento sin Tierra (MST) es “el movimiento social más odiado de Brasil”. En base al manejo parcial de datos de una encuesta realizada por Ibope, afirma que existe en el país un amplio rechazo al MST, cuyas acciones califica de “bandidismo y vandalismo”. Por cierto, Veja mantiene una larga tradición de criminalización de los sin tierra, así como de la pobreza en general. Pide mano dura, represión y cárcel para los campesinos organizados, a los que en varias ocasiones asimila al narcotráfico.

Los intelectuales también hacen de las suyas. La séptima Carta Abierta de un amplio grupo de intelectuales progresistas argentinos siembra dudas sobre la legitimidad de la protesta social. Carta Abierta surgió en 2008 para incidir en el conflicto entre los productores agropecuarios y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, con el objetivo de enfrentar a la derecha y apoyar al gobierno. “La movilización social no puede considerarse sin situarla, en cada momento, bajo las preguntas de su condición y legitimidad”, puede leerse en la pieza difundida hace pocos días (Página 12, 22 de diciembre). “Ninguna de esas prácticas –agregan los intelectuales– está eximida del riesgo de caer en alguna forma de cooperación involuntaria con la destrucción de la vida colectiva”.

Dos hechos llaman la atención. Intelectuales que hasta hace poco tiempo apoyaban de modo incondicional a los movimientos, ahora dudan de su legitimidad. Y se permiten polemizar con ellos en los medios. El papel de los intelectuales comprometidos, siempre fue el de acompañar críticamente, o sea, formulando las diferencias en el contexto del propio movimiento, no ventilándolas en los medios. Esta actitud los coloca a distancia, digamos arriba y a la derecha de los movimientos. Por el contrario, las críticas a los gobiernos son apenas superficiales.

¿Cómo se puede abandonar la crítica cuando los llamados gobiernos progresistas no han encarado ninguna reforma estructural y se conforman con aplacar la protesta con políticas compensatorias? Para el MST, 2009 fue el peor año para la reforma agraria en el contexto de una correlación de fuerzas muy adversa. Joba Alves, de la coordinación nacional del MST, lo resume así: “El gobierno federal hizo una opción clara por el agronegocio como modelo a ser aplicado en el campo brasileño y ha actuado con poco interés por la reforma agraria, que está siendo tratada como política compensatoria y sólo es aplicada en situación de conflicto social, no como política de Estado para combatir el latifundio y la concentración de la tierra” (mst.org.br del 28 de diciembre). Sería ilusorio pensar que es un caso aislado.
Cuando las reformas estructurales por las que lucharon y dieron su vida generaciones de militantes se convierten en políticas compensatorias para aplacar conflictos, es porque algo ha tocado techo. Se impone reflexionar y prepararse para producir un viraje de largo aliento. En estos mismos días se está produciendo un interesante debate en Brasil (ihu.unisnos.br, de noviembre, página web del Instituto Humanitas Unisinos), sobre lo que algunos denominan “el fin de la era de los movimientos sociales”. El sociólogo Rudá Ricci, uno de los que intervienen en el debate, sostiene que “vivimos una estatización de la sociedad civil”, cuyo mejor ejemplo es el del movimiento sindical que forma parte del bloque de poder junto al capital financiero y las multinacionales brasileñas.

Una cuestión de la mayor importancia, que surge de ese debate, es la creciente diferenciación entre movimiento social y organización social. Mientras aquellos se organizan sin jerarquías en torno al conflicto como práctica política cotidiana, las segundas tienen jerarquías, presupuesto fijo, fuentes de recursos regulares, formación política y técnica propia, equipamientos y sector administrativo, según detalla Ricci, quien se desempeña como asesor sindical y profesor universitario. El modelo que siguen estas organizaciones sociales es el de las organizaciones no gubernamentales, con las que mantienen estrechas relaciones de cooperación y de las cuales han interiorizado conceptos como “sociedad civil” y prácticas que buscan sustituir, sistemáticamente, el conflicto por las pláticas en espacios asépticos. Surge así un modo de hacer política de carácter burocrático, neutro, sin las urgencias ni las rabias de los de abajo, un estilo tecnocrático, “para” los de abajo pero sin ellos.

Veinte años después del Caracazo que puso en marcha el proceso bolivariano y 16 años después del “Ya basta” zapatista, parece evidente que una era de los movimientos está llegando a su fin. La trasmutación de movimientos en organizaciones jerarquizadas y cooptadas, sometidas a los gobiernos y a la cooperación internacional, ha jugado un papel decisivo en la clausura de ese periodo. Aprender cómo fue el proceso puede resultar útil para quienes creemos que las dificultades actuales están lejos de representar el fin de los movimientos y son apenas un recodo en el camino. Recuperar aquel estilo horizontal, aquellos modos rebeldes y subversivos, será una señal de que un nuevo ciclo está naciendo. Lo central, no obstante, será recobrar la centralidad del conflicto –y no sólo de la movilización– como eje articulador de los movimientos, de la organización y la conciencia de los de abajo.

Friday, January 8, 2010

USA and Latin America


Presidential 'Peacemaking' in Latin America
Noam Chomsky, In These Times, January 5, 2010


Barack Obama, the fourth U.S. president to win the Nobel Peace Prize, joins the others in the long tradition of peacemaking so long as it serves U.S. interests.

All four presidents left their imprint on "our little region over here that has never bothered anybody," as U.S. Secretary of War Henry L. Stimson characterized the hemisphere in 1945.

Given the Obama administration's stance toward the elections in Honduras in November, it may be worthwhile to examine the record.

Theodore Roosevelt

In his second term as president, Theodore Roosevelt said, "The expansion of the peoples of white, or European, blood during the past four centuries has been fraught with lasting benefit to most of the peoples already dwelling in the lands over which the expansion took place," despite what Africans, Native Americans, Filipinos and other beneficiaries might mistakenly believe.

It was therefore "inevitable and in the highest degree desirable for the good of humanity at large, that the American people should ultimately crowd out the Mexicans" by conquering half of Mexico and, "It was out of the question to expect (Texans) to submit to the mastery of the weaker race."

Using gunboat diplomacy to steal Panama from Colombia to build the canal was also a gift to humanity.

Woodrow Wilson

Woodrow Wilson is the most honored of the presidential laureates and arguably the worst for Latin America.

Wilson's invasion of Haiti in 1915 killed thousands, restored virtual slavery and left much of the country in ruins.

Demonstrating his love of democracy, Wilson ordered his Marines to disband the Haitian parliament at gunpoint for failing to pass "progressive" legislation that allowed U.S. corporations to buy up the country. The problem was remedied when Haitians adopted a U.S.-written constitution, under Marine guns. The achievement would be "beneficial to Haiti," the State Department assured its wards.

Wilson also invaded the Dominican Republic to ensure its welfare. Both countries were left under the rule of vicious national guards. Decades of torture, violence and misery there come down to us as a legacy of "Wilsonian idealism," a leading principle of U.S. foreign policy.

Jimmy Carter

For President Jimmy Carter, human rights were "the soul of our foreign policy."

Robert Pastor, Carter's national security advisor for Latin America, explained some important distinctions between rights and policy: Regretfully, the administration had to support Nicaraguan dictator Anastasio Somoza's regime, and when that proved impossible, to maintain the U.S.-trained National Guard even after it had been massacring the population "with a brutality a nation usually reserves for its enemy," killing some 40,000 people.

To Pastor, the reason is elementary: "The United States did not want to control Nicaragua or the other nations of the region, but it also did not want developments to get out of control. It wanted Nicaraguans to act independently, except when doing so would affect U.S. interests adversely."

Barack Obama

President Barack Obama separated the United States from almost all of Latin America and Europe by accepting the military coup that overthrew Honduran democracy last June.

The coup reflected a "yawning political and socioeconomic divide," The New York Times reported. For the "small upper class," Honduran President Manuel Zelaya was becoming a threat to what they call "democracy," namely, the rule of "the most powerful business and political forces in the country."

Zelaya was initiating such dangerous measures as a rise in the minimum wage in a country where 60 percent live in poverty. He had to go.

Virtually alone, the United States recognized the November elections (with Pepe Lobo the victor) held under military rule -- "a great celebration of democracy," according to Hugo Llorens, Obama's ambassador.

The endorsement also preserved the use of Honduras' Palmerola air base, increasingly valuable as the U. S. military is being driven out of most of Latin America.

After the elections, Lewis Anselem, Obama's representative to the Organization of American States, instructed the backward Latin Americans that they should recognize the military coup and join the United States "in the real world, not in the world of magical realism."

Obama broke ground in supporting the military coup. The U.S. government funds the International Republican Institute and the National Democratic Institute, which are supposed to promote democracy.

The IRI regularly supports military coups to overthrow elected governments, most recently in Venezuela in 2002 and Haiti in 2004.

But the NDI has held back. In Honduras, for the first time, Obama's NDI agreed to observe the elections under military rule, unlike the OAS and the United Nations, still wandering in the world of magical realism.

Given the close connections between the Pentagon and the Honduran military, and the enormous U.S. economic leverage in the country, it would have been a simple matter for Obama to join the Latin American/European effort to protect Honduran democracy.

But Obama preferred the traditional policy.

In his history of hemispheric relations, British scholar Gordon Connell-Smith writes, "While paying lip-service to the encouragement of representative democracy in Latin America, the United States has a strong interest in just the reverse," apart from "procedural democracy, especially the holding of elections, which only too often have proved farcical."

Functioning democracy may respond to popular concerns, while "the United States has been concerned with fostering the most favorable conditions for her private overseas investment."

It takes a large dose of what has sometimes been called "intentional ignorance" not to see the facts.

Such blindness must be guarded zealously if state violence is to proceed on course -- always for the good of humanity, as Obama reminded us again in his Nobel Prize address.

Estados Unidos y Latinoamérica


“Pacificación” presidencial en América Latina

Noam Chomsky

Barack Obama es el cuarto presidente estadunidense en ganar el Premio Nobel de la Paz y se une a otros dentro de una larga tradición de pacificación que desde siempre ha servido a los intereses estadunidenses.

Los cuatro presidentes dejaron su huella en “nuestra pequeña región de allá, que nunca ha molestado a nadie” como caracterizó al hemisferio el secretario de Guerra, Henry L. Stimson, en 1945.

Dada la postura del gobierno de Obama hacia las elecciones en Honduras de noviembre último, vale la pena examinar el historial.

Theodore Roosevelt

En su segundo mandato como presidente, Theodore Roosevelt dijo que “la expansión de pueblos de sangre blanca o europea durante los pasados cuatro siglos se ha visto amenazada por beneficios duraderos para los pueblos que ya existían en las tierras en que ocurrió dicha expansión” (pese a lo que puedan pensar los africanos nativos americanos, filipinos y otros “beneficiados” puedan creer).

Por lo tanto, era “inevitable y en gran medida deseable para la humanidad en general, que el pueblo estadunidense terminara por ser mayoría sobre los mexicanos” al conquistar la mitad de México”, además de que “estaba fuera de toda discusión esperar que los (texanos) se sometieran a la supremacía de una raza inferior”.

Utilizar la diplomacia de los barcos artillados para robarle Panamá a Colombia y construir un canal también fue un regalo para la humanidad.

Woodrow Wilson

Woodrow Wilson es el más honrado de los presidentes galardonados con el Nobel y posiblemente, el peor para América Latina. Su invasión a Haití en 1915 mató a miles, prácticamente reinstauró la esclavitud y dejó a gran parte del país en ruinas.

Para demostrar su amor a la democracia, Wilson ordenó a sus marines desintegrar el Parlamento haitiano a punta de pistola en represalia por no aprobar una legislación “progresista” que permitía a corporaciones estadunidenses comprar el país caribeño. El problema se remedió cuando los haitianos adoptaron una Constitución dictada por Estados Unidos, redactada bajo las armas de los marines. Se trataba de un esfuerzo que resultaría “benéfico para Haití”, aseguró el Departamento de Estado a sus cautivos.

Wilson también invadió República Dominicana para garantizar su bienestar. Esta nación y Haití quedaron bajo el mando de violentos guardias civiles. Décadas de tortura, violencia y miseria en ambos países fueron el legado del “idealismo wilsoniano”, que se convirtió en un principio de la política exterior estadunidense.

Jimmy Carter

Para el presidente Jimmy Carter, los derechos humanos eran “el alma de nuestra política exterior”. Robert Pastor, asesor de seguridad nacional para temas de América Latina, explicó que había importantes distinciones entre derechos y política: lamentablemente la administración tuvo que respaldar el régimen del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, y cuando esto resultó imposible, se mantuvo en el país a una Guardia Nacional entrenada en Estados Unidos, aun después de que se habían perpetrado matanzas contra la población “de una brutalidad que las naciones reservan para sus enemigos”, según señaló el mismo funcionario, y en que murieron unas 40 mil personas.

Para Pastor, la razón es elemental: “Estados Unidos no quería controlar Nicaragua ni ningún otro país de la región, pero tampoco que los acontecimientos se salieran de control. Quería que los nicaragüenses actuaran de forma independiente, excepto cuando esto podía afectar los intereses de Estados Unidos”.
Barack Obama

El presidente Barack Obama distanció a Estados Unidos de casi toda América Latina y Europa al aceptar el golpe militar que derrocó a la democracia hondureña en junio pasado.

La asonada reflejó “abismales y crecientes divisiones políticas y socioeconómicas”, según el New York Times. Para la “reducida clase social alta”, el presidente hondureño Manuel Zelaya se había convertido en una amenaza para lo que esa clase llama “democracia”, pero que en realidad es el gobierno de “las fuerzas empresariales y políticas más fuertes del país”.

Zelaya adoptó medidas tan peligrosas como el incremento del salario mínimo en un país en que 60 por ciento de la población vive en la pobreza. Tenía que irse.

Prácticamente solo, Estados Unidos reconoció las elecciones de noviembre (en las que resultó victorioso Pepe Lobo); las que se celebraron bajo un gobierno militar y que fueron “una gran celebración de la democracia”, según el embajador de Obama en Honduras, Hugo Llorens.

El apoyo a los comicios también garantiza para Estados Unidos el uso de la base aérea de Palmerola, en territorio hondureño, cuyo valor para el ejército estadunidense se incrementa medida de que está siendo expulsado de la mayor parte de América Latina.

Después de las elecciones, Lewis Anselem, representante de Obama ante la Organización de Estados Americanos, aconsejó a los atrasados latinoamericanos que aceptaran el golpe militar y secundaran a Estados Unidos “en el mundo real, no el el mundo del realismo mágico”.

Obama abrió brecha al apoyar un golpe militar. El gobierno estadunidense financia al Instituto Internacional Republicano (IRI, por sus siglas en inglés) y al Instituto Nacional Democrático (NDI, por sus siglas en inglés) que, se supone, promueven la democracia.

El IRI regularmente apoya golpes militares para derrocar a gobiernos electos como ocurrió en Venezuela, en 2002, y en Haití, en 2004. El NDI se ha contenido. En Honduras, por primera vez, éste instituto acordó observar las elecciones celebradas bajo un gobierno militar de facto, a diferencia de la OEA y la ONU, que seguían paseándose por el mundo del realismo mágico.

Debido a la estrecha relación entre el Pentágono y el ejército de Honduras, así como la enorme influencia económica estadunidense en el país centroamericano, hubiera sido muy sencillo para Obama unirse a los esfuerzos de latinoamericanos y europeos para defender la democracia en Honduras.

Pero Barack Obama optó por la política tradicional.

En su historia de las relaciones hemisféricas, el académico británico Gordon Connell-Smith escribe: “Mientras se habla de dientes para afuera en favor de una democracia representativa para América Latina, Estados Unidos tiene importantes intereses que van justo en la dirección contraria”, y que requieren de “la democracia como un mero procedimiento, especialmente cuando se celebran elecciones que, con mucha frecuencia, han resultado una farsa”.

Una democracia funcional puede responder a las preocupaciones del pueblo, mientras “Estados Unidos está más preocupado en coadyuvar las condiciones más favorables para sus inversiones privadas en el extranjero”.

Se requiere una gran dosis de lo que a veces se conoce como “ignorancia intencional” para no ver estos hechos.

Una ceguera así debe ser celosamente guardada si es que se desea que la violencia de Estado siga su curso y cumpla su función. Siempre en favor de la humanidad, como nos recordó Obama otra vez en su discurso al recibir el Premio Nobel.

Traducción: Gabriela Fonseca